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sábado, 25 de junio de 2011

LITERATURA ERÓTICA Y LIBERTINA: MANUAL DE URBANIDAD PARA JOVENCITAS


Yo siempre he pensado que el erotismo era algo así como palpar con suma discreción por debajo de la falda a una respetable dama un domingo en el banco de la iglesia- mientras el sacerdote parte el cuerpo de Cristo y la luz del mediodía se cuela por la tornasolada vidriera- y conseguir que llegue al orgasmo a la vez que la gente de orden vuelve de comulgar con la boca abultada como si llevase dentro un apretado tiramisú de chocolate.
No puede existir nada en el mundo más puro, más santo, más humano y más vivo que ese goce lujurioso de las citas en latín, de los gestos consagrados, de las miradas solemnes conviviendo en afinada y armoniosa sintonía con los dedos humedecidos del deseo, los pechos a punto de hacer estallar las blusas limpias del domingo y la media erección espontánea que ya destila el primer y transparente jugo.
Un orgasmo, a fin de cuentas, es solamente una sonrisa. El goteo incesante de la vida.
Y pocas cosas hay más morbosas, más propicias para la culminación, que la confluencia de lo respetable y lo perverso. ¿Qué hombre sano no ha soñado alguna vez con corromper a alguna jovencita íntegra y decente en algún apartado en penumbra de un congreso médico mientras se habla de desfibriladores y deontología?

Siempre me ha interesado el erotismo del ser humano en todas sus formas y variantes. El sexo sin imaginación es pura gimnasia pélvica, vulvas y penes en rutinario movimiento, cuerpos que gimen, suspiran, succionan, lamen, acarician, gritan y/o se contraen durante unos minutos. Un alivio necesario, pero aburrido y pobre. Una liturgia de músculos en tensión y mucosas dilatadas. La imaginación hace el resto, le pone el anhelo, el ansia, la mordiente necesaria, el ácido... el deseo
La sexualidad sin una imaginación de generosos escotes, de felaciones apresuradas en un ascensor, sin la ficción de las imágenes calenturientas de más de dos cuerpos en movimiento o sin la contemplación del bamboleo de unos zapatos de tacón de aguja interminables es como la ingestión de cápsulas simuladoras de la comida(con todos los componentes nutritivos que propician la existencia) pero sin su olor, color o sabor.


Por eso, mientras la carne no se ulcere y corrompa, nunca es tarde para leer textos libertinos y maestros como "Las edades de Lulú", " Las once mil Vergas", "El amante de Lady Chartterley", "Justine" o "Afrodita"... nunca es tarde para llegar a la correcta medición del deseo a través de las palabras y al cómo se puede construir un gozoso universo de habitaciones entreabiertas, secretos de espejos, sueños de rejilla y estrellas de encaje... todos estos hermosos libros sobre la pasión humana más básica y necesaria han aglutinado las fantasías de todas esas damas respetables que están deseando ser deliciosamente molestadas y de esos jóvenes que miran hipnotizados el trasero embutido de su vecina cuarentona y recia cuando suben detrás de ella las escaleras.
A través del erotismo se trasciende la simple fisicidad animal y se transporta uno al arte, a la poesía y a la creación. A lo humano. A través de lo obsceno se transgrede un estado de cosas inmoralmente correcto, falsario e hipócrita sobre el que muchas sociedades han aposentado y aposentan sus pilares.

El buen erotismo libertario se mueve siempre entre lo refinado y exquisito y lo tosco y procaz, y Pierre Louÿs, el poeta simbolista belga de "Las canciones de Bilitis" y "Afrodita", es un ejemplo de ello.
Pierre Louÿs escribe en 1917 esta parodia de los manuales al uso que tanto proliferaban en la época. Un supuesto manual de urbanidad para jovencitas de la alta sociedad que, por vez primera, habla sin tapujos del deseo erótico femenino y de cuestiones cuya sola lectura todavía consiguen sonrojar, ¡así que imaginaros en la época!, hoy en día a una buena parte de la sociedad biempensante.
La mujer entra en escena, ocupa su aplazado y público(aunque fuese clandestinamente) lugar en la sexualidad humana y reclama su presencia.
Mediante el uso de la parodia, Pierre Louÿs es capaz de subvertir la engañosa superficie de la apariencia y jugar hábilmente con los códigos.
La magnífica editorial Valdemar editó hace años en castellano este clásico de la literatura libertina de todos los tiempos: "Manual de urbanidad para jovencitas".


Algunos consejos de Pierre Louÿs a las remilgadas jovencitas de principios de siglo XX:

- Cuando use un plátano para divertirse sola o para hacer gozar a la criada, no lo vuelva a poner en el frutero sin haberlo limpiado cuidadosamente.

- Si es posible, no os encerréis en una cabina [de baños] con un señor. Mejor entrad con una jovencita que os comerá el coño igual de bien y no os comprometerá.

- No digáis “mi coño”, decid “mi corazón”.

- No digáis “tengo ganas de follar”, decid “estoy nerviosa”.

- No digáis “se corre como una yegua cuando mea”, decid “es una exaltada”.

- No digáis “es capaz de correrse tres veces seguidas”, decid “es todo un carácter”.

- No masturbéis a vuestros amiguitos dentro de la jarra de limonada, aunque esta bebida os parezca mejor si añadís leche fresca. Los convidados de vuestro padre quizá no compartan este gusto.
- No dibuje en la pizarra las partes sexuales de la maestra, sobre todo si ella se las ha enseñado confidencialmente.

- Bendígale por haber creado zanahorias para las niñas, plátanos para las jovencitas, berenjenas para las jóvenes madres y remolachas para las señoras maduras.

- Decir a una mujer joven que tiene un hermoso cabello rubio, es amable. Pero preguntarle en voz alta si tiene los del coño del mismo color, es indiscreto.

- No humedezca su dedo índice en la boca o el coño para pasar las páginas.


Y ya sabéis, el domingo a misa a rezar y a lo que surja.

Saludos de Jim, el erótico enmascarado.

jueves, 16 de junio de 2011

EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO: LA ESCUELA BRUGUERA


Llegados a este punto del relato- y más ahora que ya tenemos todos por aquí cierto grado de pudorosa intimidad y confianza virtual- permítanme confesarles otro de esos pequeños pecados veniales, uno de los menores, de mi infancia y juventud.

Yo fui un poco caco, un ladronzuelo de barrio bajo, un descuidero que le sisaba con ingeniosa habilidad a su santa madre unos pocos duros de esos con el careto rayado de Franco para poder comprarse - acumulando lo hurtado en varias jornadas como un émulo de Oliverio Twist o Tío Gilito- el último Supermortadelo especial Verano y un par de Olés para echarse al coleto un viernes por la tarde mientras deglutía el bocadillo de Pralín y esperaba a que comenzara "El Perro de Flandes" sentado en la mesa de la cocina tras el baño semanal( eran tiempos aquellos en que entre los padres de barrio de aluvión circulaba la leyenda rural de que lavarse mucho arrugaba y envejecía al niño prematuramente).

Y, lo que es peor, nunca me he arrepentido de estos pequeños escamoteos y sustracciones, pues ya desde niño había considerado que la finalidad, la curiosidad de la lectura, bien merecía la pena y el riesgo.


La marathon de la vida tiene sus etapas, sus caminos y transiciones, sus límites más o menos concretos, así que mucho antes de esos alivios acelerados de la adolescencia con alguna Interviú de Victoria Vera(era pelirroja natural, todo hay que decirlo) en el cuarto de baño con el pestillo pasado, o de los escarceos con la vecina en el descansillo de la escalera palpando y calculando con precipitación febril los volúmenes de senos, tangentes y cosenos... antes de esos soles pubescentes que implosionaban por dentro y dejaban mapas de la península de Italia en las sábanas limpias, ya me habían habitado los Mortadelos y sus disfraces imposibles, los Anacletos y sus zapatófonos, las hermanas Gilda y sus embrollos y líos amorosos.
Un complejo mundo que descifrar a través de los simples esquemas de unas caricaturas. Pero que, a veces, ayudaban a realizar el milagro.



Recuerdo que yo había pasado el hambre mitológica y post-franquista de Carpanta y habíamos perseguido pavos en Navidad a los que después perdonábamos la vida y con los que compartíamos mesa y mantel; había sentido el atizador de alfombras del malhumorado Don Pantuflo Zapatilla sobre mi pellejo y también había simpatizado con el avaro sacacuartos de Don Senén, el de la tienda de ultramarinos de "13, Rue del Percebe". Ellos fueron mis primeros y queridos maestros, mi literatura de bata y zapatilla de cuadros, mi filosofía de andar por casa, cuando en casa no había apenas tiempo o ganas para la literatura y, mucho menos, para la filosofía.

La alta literatura de las magdalenas con sabor a tiempo perdido, de los centroeuropeos que se despiertan una mañana convertidos en insectos( en metáforas zombies) o de la gélida metafísica de los campesinos rusos y ortodoxos llegó más tarde, cuando aquel doctor de Orense ya me había curado el acné con sus mejunjes y la vecina me había enseñado a despejar ciertas dulces ecuaciones.

Solamente me resta decir que la palabra Bruguera se convirtió desde entonces para mí- y supongo que también para muchos otros- en sinónimo de tiempos mucho más sencillos, sinceros, espartanos y felices que los de ahora. Decir hoy Bruguera es decir ilusiones recién estrenadas, Cheiws Junior de fresa ácida, brilé, tardes de portal en junio entre tebeos, amigos y pelotas saltarinas. Es un DDT arrugado entre las páginas aburridas del libro de matemáticas de 3º de EGB.
Decir Bruguera, ya parezco Serrat, coño, es decir Tío Vivo, Pulgarcito, Ibáñez, Cifré, Vázquez, Raf, Segura... es decir Colección Olé, Superhumor, Joyas literarias juveniles, Agamenón, Rigoberto Picaporte, La Familia Cebolleta, El Reportero Tribulete, Don Pío, Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, El Profesor Tragacanto y su clase que es de espanto... o sea, que decir Bruguera es decirlo casi todo. Todo lo importante. Y lo más importante siempre es la niñez. La primera y última patria del hombre. Todas esas miles de horas entre bocadillos y caricaturas, felicidad y sonrisas, mundos de tinta y colores offset en los que refugiarse e ir aprendiendo a vivir de la única manera que es posible aprender a vivir. O sea, tirando.


Dicen que la nostalgia ya no es lo que era, que está devaluada, que corres el peligro de convertirte en estatua de sal si la frecuentas demasiado, pero me gustaría señalar que de lo que yo estoy hablando, también y sobre todo, es de agradecimiento. Agradecimiento con mayúscula. Agradecimiento infinito y de corazón a toda esa factoría generadora de entretenimiento e ilusiones colectivas llamada Bruguera; a esa escuela de empresarios, artistas, magos del trapecio de fin de mes e ilusionistas del Rotring y la escuadra que desde 1910 hasta nuestros días han conseguido lo imposible: colonizar mediante sus páginas y personajes las risas y las almas de todos esos seres humanos que un día pulularon por la extraña e incomprensible tierra de la niñez.
Hoy todo ese tiempo perdido, sin magdalena, es de nuevo recobrado gracias a la mención de una única palabra: Bruguera.

Pocas veces ocho insignificantes letras significaron tanto para tantos. Una cosmología propia, muy nuestra, tan española, concebida a base de carajillos, pícaros, pequeñas miserias cotidianas, pagos aplazados y calendarios zaragozanos, que diría el maestro Carandell.
Gracias por todo. Sobre todo por hacernos un poco más ligeros, alegres y, si cabe, menos mezquinos.

Post Scriptum: Sí, también leía "Lily", tebeo para chicas, y a Dorita y las desventuras de la Terrible Fifí que estas revistas contenían.
Nobody is perfect, que dicen. Y yo menos que nobody.




Saludos de Jim.

viernes, 10 de junio de 2011

LA MORADA DEL HOMBRE: LA COLECCIÓN MARGULIES EN A CORUÑA

"La omnipresencia de las cámaras insinúa de modo persuasivo que el tiempo consiste en acontecimientos interesantes, dignos de fotografiarse. Esto a su vez permite sentir fácilmente que a cualquier acontecimiento, una vez en marcha, y sea cual fuera su carácter moral, debería permitírsele concluir para que algo más pueda añadirse al mundo, la fotografía. Una vez terminado el acontecimiento, la fotografía aún existirá, confiriéndole una especie de inmortalidad (e importancia) de la que jamás habría gozado de otra manera"(Susan Sontag)





















Todas estas fotografías- y muchas más- de autores como Joel Sternfeld, Sharon Lockhart, Alain Bublex, Luc Delahaye, Pieter Hugo, Zwelethu Mithethna... pertenecen a la famosa colección de Martin Z. Margulies que se puede ver hasta finales de septiembre en la Fundación Barrié de la Maza de A Coruña. Merece la pena.

Saludos de Jim.