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jueves, 14 de junio de 2012

EL INVIERNO DEL DIBUJANTE Y LOS CENICEROS DE CINZANO


    1957. Varios ministros del Opus Dei llegan al séptimo gobierno franquista mientras en el paraninfo de la Universidad de Barcelona se celebra la primera asamblea libre de estudiantes.
    1957 es el año en el que se rueda "El último cuplé", de Juan de Orduña, y 1957 también es el año en el que acontece una pequeña gran convulsión en el conservador mundo del tebeo español, pues un grupo de autores que responden a los nombres de Josep Escobar, Eugenio Giner, Guillermo Cifré, José Peñarroya y Carlos Conti deciden abandonar la todopoderosa Editorial Bruguera y fundar su propia editorial( D.E.R... Dibujantes Españoles Reunidos) con una cabecera en los quioscos llamada Tío Vivo para recuperar la autonomía perdida y, sobre todo, los derechos sobre sus obras y personajes, que en Bruguera pasaban a formar parte de la Editorial. Personajes emblemáticos que estos autores habían creado como Carpanta, El Loco Carioco, Don Pío, El Reportero Tribulete, etcétera, formaban parte fundamental del éxito de Bruguera, por lo que habían dejado de ser propiedad de sus autores.
   Al final, apenas un par de años más tarde, entre boicots de Bruguera, presiones a distribuidores-quiosqueros y demás estrategias de bloqueo y estrangulamiento, D.E.R cae, los autores vuelven con la cabeza gacha a Bruguera y la revista Tío Vivo es comprada por la gran Editorial española de la época.

    Ésta, básicamente, es la historia que nos cuenta Paco Plaza en su álbum "El invierno del dibujante"; una historia de lucha en pos de unos derechos, de cierto reconocimiento y dignidad("Y es que en la España de 1957 ser historietista era un oficio. No eran artistas, eran obreros de la viñeta. Cobraban a tanto por página (o por viñeta), trabajaban a destajo, siguiendo unos patrones establecidos e inamovibles. Renunciaban a sus originales y a sus derechos de autor a cambio del dinero cobrado"). Una historia de sueños, sacrificios, mínimas victorias y crueles derrotas.
   Para mí, a nivel personal, la grandeza de esta pequeña historia reside en la impecable recreación que Paco Plaza hace de la vida real, ordinaria, cotidiana, de aquellos años en nuestro país. Un relato de una rebelión de cinco grandes- alguno de ellos represaliado por su adscripción al bando perdedor de la Guerra Civil- del tebeo español que tiene como escenario los viejos bares con tapas de calamares y los cafés de primera mañana entre restos de legañas y colillas humeantes reposando sobre ceniceros triangulares de Cinzano mientras se ojea el ABC y alguien pregunta en voz baja qué coño es eso del  aperturismo.
   En "El invierno del dibujante" llueve mucho, huele a humedad, y la gente coge tranvías rojos para llegar puntuales a su trabajo de oficinistas o contables; y el dibujante mancha de grasa de churros sus cuartillas de Carpanta en una cafetería donde se escuchan de fondo los rectos y monacales consejos que da Elena Francis a alguna atribulada ama de casa. Los TBO y PULGARCITO cuelgan de pinzas de madera renegridas, muy lejos de la mirada del quiosquero y de un cliente-que está comprando el Marca- que ahora pasean sus ojos por las sugerentes caderas de una vecina rumbosa que se contonea por entre las calles grises, enmarcada por coloristas carteles de ciclomotores Torrot y colonia La Invencible. 
   Y todo ello serializado con una solvencia gráfica y narrativa impecable por el guionista y dibujante Paco Plaza, que para el que esto escribe considera "El invierno del dibujante" su mejor obra hasta la fecha. A través de estos sus personajes, trazos y líneas, el autor es capaz de dar marcha atrás al reloj y recuperar para nuestro deleite, curiosidad y conocimiento todo ese tiempo perdido(al que llamamos pasado) a la vez que nos sumerge de golpe en el mundo invisible de las esperanzas, emociones y sueños de un grupo de personas que trataron de rebelarse contra un sistema de trabajo, producción y apropiación indebida en unos tiempos duros y ominosos.

   Además, y que no es baladí como valor añadido, para los que amamos desde siempre, desde la niñez, este medio de expresión llamado cómic, tebeo, novela gráfica y nos interesa lo que tiene que ver con su memoria e historia... tendremos también la oportunidad de ver desplegarse antes nuestros ojos la realidad de la gran factoría de los sueños que ha alimentado la desamparada y roñosa imaginación de millones de españoles de varias generaciones: la Editorial Bruguera, claro.
Como nos reconoce Paco Plaza al hablar de "El invierno del dibujante": “los tebeos de la Editorial Bruguera fueron los que me hicieron empezar a amar los cómics y como muchos de mi generación, de las anteriores y de las posteriores, crecí con todos sus personajes; Capitán Trueno, Mortadelo, Zipi y Zape, Anacleto... Desde pequeño me preguntaba qué había detrás de ellos, cómo eran sus creadores, cómo trabajaban y cómo era aquella editorial”.

   Junto con "Los Profesionales" de Carlos Giménez, el mejor retrato en tebeo de aquella excepcional época y el más merecido homenaje a todos aquéllos que tantas veces nos hicieron soñar y sonreír.


   Saludos de Jim.
  

2 comentarios:

Pedro A. González dijo...

Hola, Jim:

¿Has leído "Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay" [1], de Michael Chabon? Te lo recomiendo. Verás que tiene ciertos parecidos con esta historia de Paco Roca.

Saludos

[1]: http://es.wikipedia.org/wiki/Las_asombrosas_aventuras_de_Kavalier_y_Clay

Jim Alegrías dijo...

Precisamente "Las asombrosas aventuras de..." está apuntada desde hace tiempo en mi libretita de "Cosas Pendientes".
Tiene muy buena pinta, Pedro.

De este verano no pasa.

Saludos de Jim.