Hubo un tiempo en el que la pequeña, exigua, hemeroteca de Durán Loriga era un especie de refugio feliz para mí.
Pasé muchas buenas horas allí, como en la vieja biblioteca del Jardín de San Carlos, entre mis primeros Bukowskis y Célines.
Siempre he considerado que los Cines, las bibliotecas, museos, hemerotecas, auditorios, viejos cafés ... son como templos para la reflexión en medio de la vorágine de la ciudad, lugares de recogimiento en donde resguardarse de la lluvia, del fulgor de los escaparates, del trajín de las prisas y de las compulsivas bocinas de esos autos locos que no paran de plañir en esas tardes oscuras y frías del invierno que siempre se avecina.
Cierta calidez introspectiva y acogedora que le reconforta a uno cuando deja el paraguas empapado, cuelga el abrigo y se sienta en una butaca con un libro o revista entre las manos- o ante una pantalla- junto con desconocidos silenciosos y ensimismados en su propia ausencia, lecturas y meditaciones.
Algún día escribiré más sobre estos espacios amables, sobre los lugares que nos hacen mejores, más libres y fuertes.
En esta hemeroteca leía y releía cosas tan diversas como el Rockdeluxe, Natura, Fotogramas... y Ajoblanco.
Ajoblanco era un revista cultural e independiente que había creado Pepe Ribas( que venía de la CNT) en los años 70 y que en la que participaba toda la gauche divine de la intelectualidad de la época: desde Monzó, Moncho Alpuente y Racionero hasta Jiménez Losantos( que también escribía desde la izquierda en El Viejo Topo).
Ajoblanco iba de arquitectura, cómic, diseño, política, pintura, literatura, teatro alternativo, música... una publicación que parecía un fanzine, pero mucho mejor maquetado, y que llegó a tener su millón de lectores.
Su espíritu contestatario, independiente, ácrata y alternativo destacaba por encima del resto de publicaciones, con una visión desde la izquierda en la que se hablaba sin tapujos de temas como el mundo gay, el ecologismo, las drogas, la pornografía o los movimientos libertarios.
Una crónica contracultural de aquellos vertiginosos y desbocados años.
Mi estima hacia esta publicación independiente y alternativa ha sido y es enorme.
Y allí estaba, entre sus páginas, de vez en cuando, Alberto García-Alix, leonés, tatuado hasta las cejas, fotógrafo, a veces yonqui, otras ex-yonqui, un tipo que ha superado una grave enfermedad hepática en los últimos tiempos, con sus retratos en B/N con cámara Leika de la gente de la noche, de otros yonquis, de las tribus urbanas, de presos y rockeros, de ese nuevo mundo que estaba emergiendo de entre las ruinas grises de la dictadura, más allá del yugo de los Nodos, las sotanas y la rancia sumisión hacia los uniformes verdes.
Alberto García-Alix, paradigma de la movida madrileña y de la generación del Rock-ola, de la heroína como precipicio en el que experimentar o de las ilustraciones de Nazario o Ceesepe.
Su mirada descarnada, directa y documental, retratando la mudanza de los tiempos, los mecanismos del cambio, la fugacidad( que entonces nos parecía interminable, como todas) del momento, la soledad, el miedo, la muerte, es imprescindible para entender un poco mejor lo sucedido, el relato de estos y aquellos días.
Un poeta visual, que después de adentrarse en lo desconocido nos lo cuenta con una Leika en vez de con la pluma o un Apple.
"Llegué en invierno y la primera impresión al pisar Pekín son los de cables que mutilan el cielo y las ramas sin hojas de los árboles. Bajo esas líneas vuelvo a mi pasado. Fue muy curioso porque ahí me senté a escribir por las noches. Esos árboles y esas redes, como si te cruzaras con una tela de araña, fueron el punto de partida"( Alberto García-Alix).
Éstas son algunas de las hermosas imágenes que Alberto García-Alix ha narrado con su cámara:
Saludos otoñales de Jim.
Siempre he considerado que los Cines, las bibliotecas, museos, hemerotecas, auditorios, viejos cafés ... son como templos para la reflexión en medio de la vorágine de la ciudad, lugares de recogimiento en donde resguardarse de la lluvia, del fulgor de los escaparates, del trajín de las prisas y de las compulsivas bocinas de esos autos locos que no paran de plañir en esas tardes oscuras y frías del invierno que siempre se avecina.
Cierta calidez introspectiva y acogedora que le reconforta a uno cuando deja el paraguas empapado, cuelga el abrigo y se sienta en una butaca con un libro o revista entre las manos- o ante una pantalla- junto con desconocidos silenciosos y ensimismados en su propia ausencia, lecturas y meditaciones.
Algún día escribiré más sobre estos espacios amables, sobre los lugares que nos hacen mejores, más libres y fuertes.
En esta hemeroteca leía y releía cosas tan diversas como el Rockdeluxe, Natura, Fotogramas... y Ajoblanco.
Ajoblanco era un revista cultural e independiente que había creado Pepe Ribas( que venía de la CNT) en los años 70 y que en la que participaba toda la gauche divine de la intelectualidad de la época: desde Monzó, Moncho Alpuente y Racionero hasta Jiménez Losantos( que también escribía desde la izquierda en El Viejo Topo).
Ajoblanco iba de arquitectura, cómic, diseño, política, pintura, literatura, teatro alternativo, música... una publicación que parecía un fanzine, pero mucho mejor maquetado, y que llegó a tener su millón de lectores.
Su espíritu contestatario, independiente, ácrata y alternativo destacaba por encima del resto de publicaciones, con una visión desde la izquierda en la que se hablaba sin tapujos de temas como el mundo gay, el ecologismo, las drogas, la pornografía o los movimientos libertarios.
Una crónica contracultural de aquellos vertiginosos y desbocados años.
Mi estima hacia esta publicación independiente y alternativa ha sido y es enorme.
Y allí estaba, entre sus páginas, de vez en cuando, Alberto García-Alix, leonés, tatuado hasta las cejas, fotógrafo, a veces yonqui, otras ex-yonqui, un tipo que ha superado una grave enfermedad hepática en los últimos tiempos, con sus retratos en B/N con cámara Leika de la gente de la noche, de otros yonquis, de las tribus urbanas, de presos y rockeros, de ese nuevo mundo que estaba emergiendo de entre las ruinas grises de la dictadura, más allá del yugo de los Nodos, las sotanas y la rancia sumisión hacia los uniformes verdes.
Alberto García-Alix, paradigma de la movida madrileña y de la generación del Rock-ola, de la heroína como precipicio en el que experimentar o de las ilustraciones de Nazario o Ceesepe.
Su mirada descarnada, directa y documental, retratando la mudanza de los tiempos, los mecanismos del cambio, la fugacidad( que entonces nos parecía interminable, como todas) del momento, la soledad, el miedo, la muerte, es imprescindible para entender un poco mejor lo sucedido, el relato de estos y aquellos días.
Un poeta visual, que después de adentrarse en lo desconocido nos lo cuenta con una Leika en vez de con la pluma o un Apple.
"Llegué en invierno y la primera impresión al pisar Pekín son los de cables que mutilan el cielo y las ramas sin hojas de los árboles. Bajo esas líneas vuelvo a mi pasado. Fue muy curioso porque ahí me senté a escribir por las noches. Esos árboles y esas redes, como si te cruzaras con una tela de araña, fueron el punto de partida"( Alberto García-Alix).
Éstas son algunas de las hermosas imágenes que Alberto García-Alix ha narrado con su cámara:
Saludos otoñales de Jim.
2 comentarios:
Me gustan las bibliotecas, el olor a libro nuevo, a libro antiguo, a editoriales que ya no existen, a libros encuadernados como obras de arte, a reliquias perdidas en medio de escritores desconocidos...es como el cementerio de los libros olvidados de " La sombra del viento". Menos mal que siempre habrá alguien como tú que rescate del olvido aquello que parece claro que va a morir en un estante o perderse en una próxima mudanza. Mil gracias.
jim, te acuerdas de sal y pimienta.
un saludo
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