¿ Qué ves? Un sofá granate, un gato gris y feliz y un libro abierto.
Pues no. O casi que sí, pero no.
Te y me lo explico. Comenzamos por casi el principio de todo.
Recuerda que una tarde de mayo de hace muchos años abriste un libro blanco y El Principito te enseñó que lo que a simple vista parece un sombrero puede ser al final una boa que lleva en su interior un elefante, pero ya sabemos que los adultos, siempre tan atareados en sus nadas cotidianas, apenas entienden de matices ni de esas cosas que no son lo que parecen a simple vista.
Poco después, una noche clara y estrellada de junio, en el balcón de tu vieja casa, Montag te dijo que existían hombres que le tenían miedo a las palabras( ¿ a cuánto va el kilo?) y las quemaban en piras, pero también te mencionó que había hombres que se convertían en libros y- aunque no tenían lomo, portada, prefacio o solapa- te podían relatar entero el descenso por el río Congo de Charlie Marlow en busca del Coronel Kurtz o contarte la graciosa manera que tuvo D. Quijote en armarse caballero.
Más adelante recordaste tu infancia de peonzas y canicas junto a la magdalena y el té "a lo Proust", te paseaste en negro sobre fondo blanco por el Mississippi de Yoknapatawpha y Tom Sawyer, arribaste un jueves en la isla de Laputa, besaste a una chica una mañana muy calurosa de junio entre las rocas de la playa a la vez que pensabas en volver a casa cuanto antes para compartir el arbitrario crimen y merecido castigo del joven Raskolnikov.
Fue más o menos entonces cuando aprendiste con Bastián Baltasar Bux que la vida siempre es bastante peor sin libros- aunque tampoco es para tirarse al tren como la Karenina- y decidiste en ese momento hacerte a la mar, viento en popa a toda vela y mascarón de proa enfilado hacia la polar, con el viejo Long John Silver y el Capitán Flint protestando en su hombro.
Cazar ratas con El Nini siempre será mejor que pelar patatas en un cuartel, así que en esa época que leías el lobo estepario firmaste como objetor de conciencia, aunque tu intención había sido siempre la de hacerte insumiso para fugarte junto con el Abate Faria y Papillon del agujero en que te meterían si te encontraban los malos y patriotas legitimados, que no iba a ser nunca peor que aquella cárcel de Reading en la que Oscar le escribía ya con agrio resentimiento a su anteriormente amado Lord Alfred Douglas.
Es evidente que no se debe convertir el placer en deber como tampoco uno puede evitar enamorarse fugazmente, pero para siempre, una tarde de otoño de una chica pelirroja que lee "El Extranjero" en un banco del parque. Así se vuelve existencialista cualquiera, hasta Ignatius J. Really. Y es que a los ojos de un lector, alguien sosteniendo un buen libro abierto suele ser una imagen más poderosa, erógena y excitante que cualquier trapecio o libélula copuladora del Kamasutra.
Como epílogo (y para finalizar antes de que lleguéis a las guardas, las hojas de respeto, a la página legal y al glosario), deciros que no comprendía hace algún tiempo si la soledad era esto o si duraba cien años o qué demonios era, pero ahora mismo sí poseo la certeza - y sin tener que contratar a Marlowe por horas- de que alguien que ama los libros ha vivido y vivirá tantas vidas que no tendrá tiempo de sentirse solo; habrá imaginado tantos paisajes que cada vez reconocerá mejor el suyo, el íntimo y el de sus alrededores... y que sobre todo habrá aprendido que un sofá granate, un gato gris y feliz y un libro abierto no siempre es lo que parece a primera vista.
Si Gregorio Samsa se despertó una mañana convertido en un monstruoso insecto, pensad ahora solamente un momento en todo aquello en lo que un simple libro abierto puede transformaros: desde un homicida sin escrúpulos que asesina a una anciana sin motivo aparente hasta una aburrida mujer casada, infiel y pequeño burguesa de provincias... pasando por un gato gris y feliz en un sofá granate.
Siempre es posible vivir una vida sin uno abierto en el brazo de vuestro sofá favorito, pero no os lo recomiendo. Es quitarle vidas a la vida.
Saludos de Jim.
Pues no. O casi que sí, pero no.
Te y me lo explico. Comenzamos por casi el principio de todo.
Recuerda que una tarde de mayo de hace muchos años abriste un libro blanco y El Principito te enseñó que lo que a simple vista parece un sombrero puede ser al final una boa que lleva en su interior un elefante, pero ya sabemos que los adultos, siempre tan atareados en sus nadas cotidianas, apenas entienden de matices ni de esas cosas que no son lo que parecen a simple vista.
Poco después, una noche clara y estrellada de junio, en el balcón de tu vieja casa, Montag te dijo que existían hombres que le tenían miedo a las palabras( ¿ a cuánto va el kilo?) y las quemaban en piras, pero también te mencionó que había hombres que se convertían en libros y- aunque no tenían lomo, portada, prefacio o solapa- te podían relatar entero el descenso por el río Congo de Charlie Marlow en busca del Coronel Kurtz o contarte la graciosa manera que tuvo D. Quijote en armarse caballero.
Más adelante recordaste tu infancia de peonzas y canicas junto a la magdalena y el té "a lo Proust", te paseaste en negro sobre fondo blanco por el Mississippi de Yoknapatawpha y Tom Sawyer, arribaste un jueves en la isla de Laputa, besaste a una chica una mañana muy calurosa de junio entre las rocas de la playa a la vez que pensabas en volver a casa cuanto antes para compartir el arbitrario crimen y merecido castigo del joven Raskolnikov.
Fue más o menos entonces cuando aprendiste con Bastián Baltasar Bux que la vida siempre es bastante peor sin libros- aunque tampoco es para tirarse al tren como la Karenina- y decidiste en ese momento hacerte a la mar, viento en popa a toda vela y mascarón de proa enfilado hacia la polar, con el viejo Long John Silver y el Capitán Flint protestando en su hombro.
Cazar ratas con El Nini siempre será mejor que pelar patatas en un cuartel, así que en esa época que leías el lobo estepario firmaste como objetor de conciencia, aunque tu intención había sido siempre la de hacerte insumiso para fugarte junto con el Abate Faria y Papillon del agujero en que te meterían si te encontraban los malos y patriotas legitimados, que no iba a ser nunca peor que aquella cárcel de Reading en la que Oscar le escribía ya con agrio resentimiento a su anteriormente amado Lord Alfred Douglas.
Es evidente que no se debe convertir el placer en deber como tampoco uno puede evitar enamorarse fugazmente, pero para siempre, una tarde de otoño de una chica pelirroja que lee "El Extranjero" en un banco del parque. Así se vuelve existencialista cualquiera, hasta Ignatius J. Really. Y es que a los ojos de un lector, alguien sosteniendo un buen libro abierto suele ser una imagen más poderosa, erógena y excitante que cualquier trapecio o libélula copuladora del Kamasutra.
Como epílogo (y para finalizar antes de que lleguéis a las guardas, las hojas de respeto, a la página legal y al glosario), deciros que no comprendía hace algún tiempo si la soledad era esto o si duraba cien años o qué demonios era, pero ahora mismo sí poseo la certeza - y sin tener que contratar a Marlowe por horas- de que alguien que ama los libros ha vivido y vivirá tantas vidas que no tendrá tiempo de sentirse solo; habrá imaginado tantos paisajes que cada vez reconocerá mejor el suyo, el íntimo y el de sus alrededores... y que sobre todo habrá aprendido que un sofá granate, un gato gris y feliz y un libro abierto no siempre es lo que parece a primera vista.
Si Gregorio Samsa se despertó una mañana convertido en un monstruoso insecto, pensad ahora solamente un momento en todo aquello en lo que un simple libro abierto puede transformaros: desde un homicida sin escrúpulos que asesina a una anciana sin motivo aparente hasta una aburrida mujer casada, infiel y pequeño burguesa de provincias... pasando por un gato gris y feliz en un sofá granate.
Siempre es posible vivir una vida sin uno abierto en el brazo de vuestro sofá favorito, pero no os lo recomiendo. Es quitarle vidas a la vida.
Saludos de Jim.
2 comentarios:
Lo que siempre me ha parecido una proeza es lo que han intentado diseñar "Campañas de fomento de la lectura".
Como lector aficionado, me da la sensación de que solo si lees, sabes lo que vives haciéndolo. Es muy fácil pensar que es difícil imaginarse a alguien que se haga la guarrada a si mismo de no hacer tuyas mil historias a través de la lectura, pero seguramente es porque ya eres un lector más.
Buena reflexión, amigo Miguel.
Ciertamente es una proeza, incluso más que hacer tres caras en el cubo de Rubik.
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