Al lunático de H. Hughes(productor) y al mediocre de Dick Powell(director-productor) no se les ocurrió una idea mejor, alrededor del año 54, que ponerse a rodar una película sobre Gengis Khan y los tártaros en pleno desierto de Utah.
Lo que a primera vista podría parecer una empresa normal, común, un rodaje más del viejo Hollywood, bajo la producción de la RKO y en clave de Aventura Histórica para reventar taquilla, se convirtió en un trágico despropósito.
La idea de por sí, sin llegar a ser todavía funesta, ya era disparatada y risible, como, por lo general, solían ser la mayor parte de las supuestas recreaciones históricas de cartón-piedra que llevaban a cabo los yanquis por entonces. Ponerle a John Wayne unos bigotitos de Fu Manchú y una espada curva en la mano, subirlo a un caballo blanco y convertirlo así en una especie de ridículo Gengis Khan de pacotilla que grita con acento de granjero de Iowa: "¡Vengan a por mí, perros sarnosos, si se atreven! ¡Mientras yo tenga dedos para aferrar el puño de mi espada, y mientras tenga ojos para contemplar la cobardía de vuestros rostros, vuestras traicioneras cabezas no estarán seguras sobre vuestros hombros, porque soy Temujin, el Conquistador, y ninguna prisión puede retenerme, ni ningún ejército vencerme!"... ya tiene bemoles. Igual que poner a la hermosa Susan Hayward de seductora y pelirroja esclava tártara.
Pero así era aquel viejo Hollywood en manos de productores sin escrúpulos ni cultura y ejecutivos tejanos que se creían que un Van Gogh era algún tipo de nuevo modelo de automóvil europeo.
Tanto el guión como el casting eran un despiporre, aunque gastarse los cuartos en aquel pastiche- una de las peores películas de los cincuenta- no fue, al fin y al cabo, lo más desafortunado de todo. Es más, no fue nada terrible si lo comparamos con lo que sucedió después.
La cuestión es que a Hughes y a Powell no se les ocurrió otra cosa que rodar su esperpento en el árido desierto de Utah, en la misma zona en la que hacía sólo un par de años habían tenido lugar una serie de detonaciones ¿controladas? de varias bombas atómicas llevadas a cabo por el ejército norteamericano en aquella su guerra fría y preventiva contra los malvados comunistas del otro lado del telón. Pero a Hughes, a Powell y a la RKO eso de los kilotones y el polvo radiactivo no les amedrentaba demasiado. Todavía no habían leído los cómics de "El Increíble Hulk" ni habían podido ver "Godzilla, Japón bajo el terror del monstruo", para tener un poco más claro el concepto de lo que la contaminación radiactiva podía llegar a hacer con los seres vivos.
Casi cuatro meses duró el rodaje a más de 38º entre rocas rojas y escorpiones.
La película, si se le puede llamar así, fue un fiasco tanto de crítica como en taquilla. Hubo que poner dinero para cubrir los gastos.
Y pasaron las semanas, los meses, todo el mundo se olvidó de "El Conquistador de Mongolia" hasta que un día...
Víctor Young, compositor de la Banda Sonora, fue el primero en caer. Un par de años después del fin del rodaje. Diagnóstico: cáncer cerebral.
Le siguió Dick Powell con otro linfoma.
Pedro Armendáriz se pegó un tiro tras ser diagnosticado de cáncer de riñón en el 63.
Después vinieron Thomas Gómez y Agnes Moorehead. Lo mismo pero en el pulmón.
Susan Hayward y John Wayne tardaron sólo un poco más en contraer la enfermedad. Murieron los dos de cáncer.
John Hoyt, Jeanne Gerson, William Conrad...
De un equipo de unas 220 personas, más de 90 contrajeron la enfermedad durante los años posteriores al rodaje.
Lo que a primera vista podría parecer una empresa normal, común, un rodaje más del viejo Hollywood, bajo la producción de la RKO y en clave de Aventura Histórica para reventar taquilla, se convirtió en un trágico despropósito.
La idea de por sí, sin llegar a ser todavía funesta, ya era disparatada y risible, como, por lo general, solían ser la mayor parte de las supuestas recreaciones históricas de cartón-piedra que llevaban a cabo los yanquis por entonces. Ponerle a John Wayne unos bigotitos de Fu Manchú y una espada curva en la mano, subirlo a un caballo blanco y convertirlo así en una especie de ridículo Gengis Khan de pacotilla que grita con acento de granjero de Iowa: "¡Vengan a por mí, perros sarnosos, si se atreven! ¡Mientras yo tenga dedos para aferrar el puño de mi espada, y mientras tenga ojos para contemplar la cobardía de vuestros rostros, vuestras traicioneras cabezas no estarán seguras sobre vuestros hombros, porque soy Temujin, el Conquistador, y ninguna prisión puede retenerme, ni ningún ejército vencerme!"... ya tiene bemoles. Igual que poner a la hermosa Susan Hayward de seductora y pelirroja esclava tártara.
Pero así era aquel viejo Hollywood en manos de productores sin escrúpulos ni cultura y ejecutivos tejanos que se creían que un Van Gogh era algún tipo de nuevo modelo de automóvil europeo.
Tanto el guión como el casting eran un despiporre, aunque gastarse los cuartos en aquel pastiche- una de las peores películas de los cincuenta- no fue, al fin y al cabo, lo más desafortunado de todo. Es más, no fue nada terrible si lo comparamos con lo que sucedió después.
La cuestión es que a Hughes y a Powell no se les ocurrió otra cosa que rodar su esperpento en el árido desierto de Utah, en la misma zona en la que hacía sólo un par de años habían tenido lugar una serie de detonaciones ¿controladas? de varias bombas atómicas llevadas a cabo por el ejército norteamericano en aquella su guerra fría y preventiva contra los malvados comunistas del otro lado del telón. Pero a Hughes, a Powell y a la RKO eso de los kilotones y el polvo radiactivo no les amedrentaba demasiado. Todavía no habían leído los cómics de "El Increíble Hulk" ni habían podido ver "Godzilla, Japón bajo el terror del monstruo", para tener un poco más claro el concepto de lo que la contaminación radiactiva podía llegar a hacer con los seres vivos.
Casi cuatro meses duró el rodaje a más de 38º entre rocas rojas y escorpiones.
La película, si se le puede llamar así, fue un fiasco tanto de crítica como en taquilla. Hubo que poner dinero para cubrir los gastos.
Y pasaron las semanas, los meses, todo el mundo se olvidó de "El Conquistador de Mongolia" hasta que un día...
Víctor Young, compositor de la Banda Sonora, fue el primero en caer. Un par de años después del fin del rodaje. Diagnóstico: cáncer cerebral.
Le siguió Dick Powell con otro linfoma.
Pedro Armendáriz se pegó un tiro tras ser diagnosticado de cáncer de riñón en el 63.
Después vinieron Thomas Gómez y Agnes Moorehead. Lo mismo pero en el pulmón.
Susan Hayward y John Wayne tardaron sólo un poco más en contraer la enfermedad. Murieron los dos de cáncer.
John Hoyt, Jeanne Gerson, William Conrad...
De un equipo de unas 220 personas, más de 90 contrajeron la enfermedad durante los años posteriores al rodaje.
Cuenta la crónica negra de Hollywood que Howard Hughes- el afamado productor que había dicho lo de "puedo comprar a todos los hombres del mundo" y que padecía un trastorno obsesivo que lo convertiría toda su vida en una suerte de lunático intratable- se hizo con todos los negativos de la película para impedir su exhibición en los Cines y la televisión de la época, cosa que consiguió hasta la fecha de su muerte.
Las estadísticas son las estadísticas, aunque la relación entre la enfermedad y la exposición del equipo de rodaje al polvo radiactivo no estuvo nunca cientifícamente fundamentada, y hubo expertos que en su momento ya sostuvieron que se podría haber llevado a los responsables del rodaje ante un tribunal de justicia.
Una de las películas malditas de Hollywood, tanto por su nefasta calidad como por sus supuestas consecuencias.
Saludos cinéfilos de Jim.
Las estadísticas son las estadísticas, aunque la relación entre la enfermedad y la exposición del equipo de rodaje al polvo radiactivo no estuvo nunca cientifícamente fundamentada, y hubo expertos que en su momento ya sostuvieron que se podría haber llevado a los responsables del rodaje ante un tribunal de justicia.
Una de las películas malditas de Hollywood, tanto por su nefasta calidad como por sus supuestas consecuencias.
Saludos cinéfilos de Jim.
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