"Poco antes de cumplir cuarenta y un años, una gangrena húmeda acabó con la vida de Celemino. La infección se había propagado rápidamente por su pierna derecha, retrasando éste hasta el último instante la inevitable amputación de aquel miembro envenenado que hacía peligrar su vida. Una noche, desobedeciendo las rigurosas instrucciones de Celemino, Rosa fue en busca del médico-cirujano a Cumaná, que celebraba su fiesta anual de recogida de cosecha en honor a su patrona, Santa Cecilia de Oquí, la llamada Virgen Refundadora de los Pobres.
El doctor se llamaba Ignacio Ventillo, y en su juventud había estado al servicio, en la guerra de Crimea, del cirujano Gregorio Listón, famoso por haber diseñado la cuchilla de corte más precisa y afilada que se conocía hasta la época, pensada para poder seccionar una pierna a la altura del muslo en menos de un minuto. Tan rápido penetraba en la carne su hoja que, en una desafortunada ocasión, además de la pierna de un brigada francés herido, también le amputó al soldado un testículo y la mitad del dedo índice de la mano izquierda del doctor Ventillo, su ayudante por entonces.
Cuando llegó a la casa, el doctor Ventillo estaba tan borracho que, después de dormir a Celemino con un poco de éter y unos abundantes cañazos de chicha, le serró la pierna izquierda, la única que aún conservaba sana. Celemino murió, en el interior de la casa que él mismo había levantado en dos ocasiones, a las tres semanas de la fallida intervención, cuando la sangre envenenada anegó toda la extensión de órganos y tejidos sanos de su cuerpo.
Antes de morir, comentó con Rosa como aquella magia antigua de pollos y huesos había sido más eficaz que la moderna medicina que ahora lo estaba arrastrando hacia la tumba. La estructura de la casa continuaba intacta después de soportar otros tres intensos terremotos, dos tornados y un huracán que se había llevado decenas de animales domésticos a varios kilómetros de allí. Pese a todo, Celemino moría satisfecho, pues su mala suerte no le había impedido levantar una buena casa y ser inmensamente feliz durante veinte largos años.
- ¡... y que me entierren cerca de la casa, Rosa. No me gusta nada ese cementerio lleno de mujeres llorando y desconocidos! ¡Mis cenizas para los míos!
Dos días después, Rosa Cuevas cumpía la última voluntad de Celemino Sánchez Orzuel, su marido. Celemino fue enterrado bajo su tabaco, a doscientos metros de la cas, ajeno a todas las murmuraciones sobre aquel hombre enigmático de las estrellas que yacía sepultado fuera del cementerio de los Rotos, sobre su colina, sin ni siquiera recibir sepelio digno y cristiano.
A sus cuarenta años, Rosa Cuevas era todavía una mujer excepcionalmente hermosa pero triste. Después de la muerte de Celemino, Rosa se fue hundiendo en una especie de esponjosa melancolía, carcomida por los recuerdos de tantas cosas hermosas que los dos habían compartido. Según ella, el fantasma de Celemino se le aparecía cada noche para intentar convencerla desde el otro lado de que se reuniese con él, pues ni la muerte habría logrado que la olvidase. Hablaban hasta que las primeras chispas del alba se colaban por entre las persianas de bejuco de la habitación, momento en el que Celemino se despedía hasta la noche siguiente. El deseo de reunirse con él le resultaba más atrayente y poderoso que la posibilidad de continuar sufriendo en soledad una existencia que siempre le dolería.
Así pues, Rosa vació un tarro de miel y lo fue llenando lentamente, cada atardecer, con sus lágrimas. Una tarde, con el recipiente rebosante de aquella incansable tristeza que sentía, se lavó el cabello negro con su agua hasta dejarlo salado y húmedo. Esa noche, el fantasma de Celemino Sánchez no se presentó... a la mañana siguiente, Rosa Cuevas amaneció con el cabello completamente blanco, como recubierto de yeso. Nadie había visto antes un fenómeno tan extraño como aquel, de modo que tampoco nadie encontró una explicación lógica para la brusca decoloración.
Rosa tardó aún seis semanas en morir, desgastados sus mecanismos vitales por la demencia exaltada de aquel amor. La enterraron junto con Celemino, entre las raíces gruesas del tabaco, sin ceremonia ni palabras elogiosas, conmovido todo el valle por esa pasión a la que la muerte no había hecho más que fortalecer".
(Continuará)
Éste es un fragmento de mi novela, escrita ya hace unos años y todavía sin publicar, "Cómo Ismael Robles recuperó su alma".
El poder de la ficción para construir mundos, las historias de los habitantes del valle de Zipaquirá, la pérdida del alma y el proceso de su recuperación, el amor, Moby Dick, la guerra, la traición, la magia y la aventura... en más de doscientas páginas.
Si alguien se siente intrigado y desea leer completa la gran historia de Ismael Robles, el periplo para la recuperación de su alma y las fabulaciones sobre el resto de personajes que forman parte de esta narración, que me envíe un email o privado y será suya... mientras no se publique, claro, si es que alguna vez sale a la luz.
Saludos de Jim a tod@s y volvemos al bazar de Jim con más fuerza.
5 comentarios:
Imaginación para una novela que se avecina interesante. Tiene un ritmo que nos deja casi sin aliento entre cortes, amputaciones, terremotos, tornados...Pero con ganas de averiguar que pasará...
Muy bueno el cambio de imagen del Bazar. Hasta el capítulo 2, saludos
La historia atrapa desde un primer momento, tiene cierto humor que rezuma. Si me interesaría saber que sucede con este hombre.
Enhorabuena por tu talento. Estoy esperando el segundo capítulo como si de un fascimil de charles dickens se tratara.
Lo de Dickens y esos continuará de las novelas por entregas me ha gustado ;D
Saludos a tod@s y continuará.
Tiene que publicarse!
Esta historia te atrapa, ahora te mando un privado que no puedo esperar al resto de entregas....aunque me gusta la idea.
Enhorabuena y saludos.
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