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martes, 12 de agosto de 2014

MIS LIBROS DIFÍCILES



Todavía, después de varios años de su lectura, hay noches en las que me despierto a las tres o cuatro de la madrugada, empapado en sudor, mientras murmuro cosas apenas inteligibles como: "Así llegó a su fin la Primavera de Arda. La Morada de los Valar en Almaren quedó por completo destruida... Por tanto abandonaron la Tierra Media y fueron a la tierra de Aman, el más occidental de todos los territorios sobre el filo del mundo; pues las costas occidentales miraban al Mar Exterior, que los elfos llamaban Ekkaia, y que circunda el reino de Arda. Cuán ancho es ese mar sólo los valar lo saben; y más allá de él se encuentran los Muros de la Noche..."

Lo de "El Silmarillion", de Tolkien, es una pesadilla recurrente en mi vida, como lo de volver a hacer la mili o lo de que todavía me falta alguna asignatura para terminar la carrera.
400 puñeteras páginas de mitologías inventadas(más o menos como lo de la Biblia o el Corán, aunque estas obras de ficción mucho más extensas), genealogías de todo tipo, etimologías de supuestas lenguas de elfos, hadas y ranas de la imaginada Tierra Media, apéndices con mapas y nombres de razas de cientos de miles de enanos y trolls...
Un coñazo total trufado de Beren, Lúthien, Túrin Turambar, Narm i Chin Húrin, Tuor, Gondolin y las historias de sus hijos, nietos, bisnietos, etcétera.

Era joven e inexperto cuando me tragué enterito "El Silmarillion", cosa que hoy no haría ni harto de vino de misa y LSD. Uno aprende con el tiempo que la Primera Regla de Oro de la Termolectura consiste en algo tan sencillo como: 
- "No sufras leyendo, es tontería... ¿para qué, con todos los buenos libros que te quedan por leer?" o, lo que es parecido, dale a cada libro una oportunidad de, al menos, el 20% de su extensión( si tiene 500 pues habría que darle sobre 100 páginas) para tantearlo y ver si merece la pena que ese tu caprichoso yo resulte enriquecido por lo que esta obra contiene.
No hay nada peor para un lector que esa sensación de ir aplazando semi-conscientemente siempre la lectura de determinado libro(los lectores tendemos a ser exhaustivos completistas y no nos gusta dejar algo a medio leer, pues nos genera un inquietante y profundo sentido de culpabilidad lectora el hecho de dejar un libro plantado a medias), ese libro que no acaba de gustar ni de enganchar pero que alguien te metió en la cabeza- generalmente la imposición de la Ortodoxa Orden de la Gran Crítica Literaria- que debería ser leído si no deseas ser expulsado de la categoría internacional de buenos lectores en la que te crees, ¡pardillo!, que figuras.

Por el contrario, no hay nada más placentero que esa cálida sensación de desear constantemente retomar la lectura interrumpida de cierta novela, ensayo, cómic, libro de poesía...
Ese enganche es el mejor baremo y criterio personal que poseemos. Desperdiciar el tiempo con las prédicas que los guardianes de la ortodoxia canónica dictan, quedando tanto y tanto por leer, no suele ser casi nunca una buena opción.
Con el tiempo también aprendes que algunas cosas que nos producen placer a nosotros no son transferibles o extrapolables a los demás por mucho que lo intentemos. Y viceversa.
Cosas de la subjetividad, del bagaje y las expectativas íntimas, y de la acción invisible de la serotonina.
Nadie dice que lo que no nos gusta no sea excelente. Sobre todo para los demás, para los que sepan valorarlo adecuadamente o se sientan aludidos íntimamente con alguna lectura determinada.
Cada lector es y construye su propia Biblioteca, su particular e intransferible horizonte de lecturas que lo han hecho mejor, un poco más sabio o feliz.

Yo, particularmente, y entrando en este terreno tabú de lo literariamente incorrecto, adoro "Ana Karenina", pero siempre me dio pereza "Guerra y Paz".
Después de leer  la excelente "El miedo", de Gabriel Chevalier fui incapaz de terminar la rutinaria "Tempestades de acero", de Jünger. Demasiados cadáveres, trincheras y gas mostaza seguidos.
Tengo "Rayuela" aquí delante desde hace mucho tiempo... pero nunca me siento preparado para el abordaje del universo Cortázar.
Un clásico básico de la ciencia ficción como "Las estrellas, mi destino"(Alfred Bester) me pareció totalmente insufrible a mí, un devorador de S/F en todas sus modalidades.
Un día empecé una novela de Egipto de Terenci Moix(me encanta "El peso de la paja") y la dejé a las 10 páginas. Demasiados faraones.
Recé a los dioses nórdicos de chaval cuando finalicé "La divina comedia", "La odisea" y "La Illiada"
Una vez compré "El vizconde de Bragelonne", de Dumas, y soy incapaz de comenzar la primera de sus 2000 páginas de folletín sobre mosqueteros, jesuitas, cardenales y damiselas en apuros.

Y acabo de dejar en la página 110, por tercera y creo última vez, el "Ulises", de Joyce, y todas sus malabares alegorías, su corriente de consciencia, sus pensamientos fragmentarios y sus cambios de estilo en cada capítulo.
Sudaba tinta indeleble de calamar cada vez que tenía que pensar en retomarlo. 

Y, ¿sabéis lo mejor?
Ahora no tengo ningún tipo de complejo de culpabilidad de lector. Creo que Borges le llamaría a esta ausencia de culpa "madurar como lector en libertad" o algo similar:

«El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta “el modo imperativo”. Yo siempre aconsejé a mis estudiantes que si un libro les aburre, lo dejen. Que no lo lean porque es famoso o porque es moderno o porque es antiguo. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz.»

Así que a ser siempre felices leyendo, abiertos a todas las sugerencias pero sin imposiciones categóricas de ningún tipo.

Saludos de Jim.