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miércoles, 23 de febrero de 2011

CHARLY, NOS VEMOS EL SÁBADO


Este sábado 26 de febrero nos volveremos a ver, Charly.

A las seis de la tarde subiremos tod@s al parque de San Pedro de Visma(donde estaba el antiguo cuartel y hoy en día continúan las baterías con los cañones) para dispersar y repartir tus queridas cenizas entre el invierno, las estrellas y ese laberinto verde del que una vez tardamos casi una hora en salir(¿Te acuerdas? ¡Qué torpes éramos y lo que nos reímos después!)

Y a la vuelta- supongo que sobre las siete o siete y pico- nos tomaremos algo en el "Imagine"(Villa de Negreira, enfrente del PesK2) para celebrar que siempre, pase lo que pase, vas a estar muy cerca de todos nosotros.
Pero que el amor y la amistad siempre perduran ya lo sabías, ¿verdad?



EN ESTE MOMENTO ME ELEVO


En este momento me elevo, y me libero
de las fronteras del tiempo y el espacio.
Danzaré en aquella huerta que no ha sido hollada
por pie de hombre alguno.

Con los míos, se moverán los pies de la danzarina.
Haré música en el centro de ese elevado mundo.
Quizá alguna humana voz se acoplará a mi voz.
Rebasaremos al horizonte distante,
quizá nos despertaríamos en la aurora
de un mundo lejano.

Mas el Amor perdura, y nunca se olvidarán
las marcas de sus dedos.
El santo fuego arde,
y cada chispa que vuela
es un sol apagado.

Más nos conviniera,
más aconsejable sería para
nuestro gobierno
encontrar un minúsculo escondrijo
en donde poder dormir nuestra Terráquea divinidad,
postergando los inconvenientes del Reinado nuestro
para el día siguiente.

En aras de ese Amor
de la endeble humanidad.


GIBRÁN KHALIL GIBRÁN







Saludos de Jim, tomad nota y recordad que el sábado nos vemos a las seis en el Parque de San Pedro de Visma, al lado del laberinto.

jueves, 17 de febrero de 2011

EL HOMO INSATISFACTUS


Ahora que ya estamos en la última etapa de las Rebajas(los cien metros lisos del consumo)recuerdo que hace algunos años escribí un relato corto de género distópico en el que cada ciudadano estaba obligado- por una especie de reglamentación tipificada por un Estado omnipresente y virtual- a consumir una determinada cantidad de bienes y servicios a la semana, bajo pena de sanción administrativa y su correspondiente multa en el caso de no cumplir el cupo mínimo exigido para el mantenimiento y engrase del sistema.
Cada Templo de Consumo Masivo disponía, a su vez, de enormes contenedores de destrucción instántanea para esos productos innecesarios, así que el consumidor al que se le había impuesto la tarea de comprar, gastar y consumir sin necesidad real, podría destruir inmediatamente esos productos nada más haber sido adquiridos y así no tener que cargar por encima con la obligación de encontrarles una utilidad que no tenían.


Los españoles estrenamos un móvil cada año y medio, hemos comprado ocho millones de televisores nuevos en los últimos dos años, necesitamos cada vez más armarios para encapsular los 14 pantalones de invierno y los treinta pares de calzado que tenemos casi nuevos.
Las cohortes más jóvenes son ultraconsumistas, han integrado sin rechistar y a la perfección la dialéctica simbólica de consumo moderno después de haber sido expuestos diariamente a la avalancha compulsiva de decenas de miles de anuncios publicitarios y demás estímulos del marketing psicoananalítico desde antes de que tuvieran uso de razón.

Se llevan los outlets esta temporada, se ha instalado la inmediatez, la obsolescencia programada ahora directamente por el consumidor, la cultura de lo efímero y de lo reemplazable(cada vez con menos espacio de tiempo) se ha impuesto, para así poder figurar dentro de la categoría de lo IN y no perder el tren fascinante y efervescente de la actualidad, consumiendo de forma compulsiva(cada vez compramos más sin pensar) las últimas novedades en tecnología, moda, tendencias... a riesgo de quedarnos obsoletos.
Unos improductivos parias asociales.
¿Qué ha pasado para llegar a este estado de cosas?


Pues ha pasado que quizás mi relato no sea en el fondo tan disparatado, aunque las formas de coacción e imposición sean más sutiles, como explicaré brevemente a continuación.
Una de las características fundamentales del ser humano es su condición de Homo Faber, de hombre que hace cosas. Hay que tener en cuenta esto en nuestro descargo.
Pero la estructura económica-cultural-social actual gira en torno a la sobreproducción de productos trivializados que deben de ser consumidos rápidamente para poder seguir con la maquinaria engrasada, enfilada la proa hacia ningún sitio.

Como diría Galbraith, el homo faber ya no crea y produce para la satisfacción de las necesidades absolutas, básicas, sino que ahora fabrica para estimular las necesidades relativas: aquéllas necesidades psicológicas que nunca pueden ser satisfechas, pues dependen de los niveles de consumo de nuestros vecinos y adláteres. Funcionan en los niveles psicológicos básicos de la comparación y emulación, y nos hacen equipararnos o sentirnos superiores a los demás dependiendo del poder potencial y simbólico de nuestras capacidades de hacer tangible, visible, esa adquisición indiscriminada de bienes, productos y servicios.
En nuestra sociedad libre y occidental la producción está orientada al deseo, a sabiendas de que ese deseo es insaciable.
Y un ser humano insaciable tiende generalmente a la insatisfacción, pues su voracidad nunca estará plenamente saciada y se mantendrá en estado constante de ansiosa e incómoda avidez.

Y para abismar todavía más esa brecha entre deseo y satisfacción el sistema cuenta con tres palancas fundamentales:


1) EL CRÉDITO: El crédito, la compra a plazos, la tarjeta de pago diferida, consiste en la posibilidad de obtener con facilidad el soporte tangible-económico necesario para llevar a cabo esa tarea de corresponsabilidad entre deseo y adquisición de producto.
El crédito es el espejismo necesario y prorrogado que debe ser provisto por el sistema para incentivar la demanda de felicidad a través del acto de la compra.


2) LA PUBLICIDAD:
El sistema productivo fabrica el bien o producto y el aparato publicitario se encarga de crear la necesidad, de generar la atención, capturar el interés, espolear el deseo del futuro consumidor de forma conveniente.
Las técnicas de marketing y publicidad son psicológicamente persuasivas, juegan con las dimensiones simbólicas ocultas, manipulan a su antojo las estructuras cognitivas, emotivas y emocionales del ser humano con la única finalidad, utilitarista, de presentarnos un bien lo más atractivo posible para capturar nuestra atención y activar ese deseo de adquisición.
La gente es feliz bebiendo un refresco o todas la mujeres quieren estar con el chico de la colonia.




3) LA OBSOLESCENCIA: La obsolescencia tiene que ver con el ciclo de vida del producto, con su calidad de bien efímero y reemplazable.
Lo que comenzó siendo una imposición industrial de los oferentes para la reactivación del consumo ha acabado- en un extraño y complejo juego de reflexividad inducido por las estrategias publicitarias- siendo asumido por el consumidor como un derecho propio: la exigencia a cambiar de producto mucho antes de que se haya consumido su vida útil.
La ostentación, el síndrome de actualización constante para no quedarse atrás, el deseo de posesión de lo último... ha sido una de las grandes victorias de la técnica publicitaria en la sociedad opulenta occidental, que ha asumido que gracias a la demanda agregada del consumidor insaciable toda esa sobreproducción- ecológicamente insostenible y delpifarradora de recursos, no por nada el término latino cosumere significa gastar o destruir- se puede absorber sin ningún problema.


Así, en nuestras sociedades opulentas donde el deseo ha sido independizado forzosa y artificialmente de las necesidades, el homo insatisfactus ( medio hundido y desenfocado ahora entre el alud inagotable de la cultura material que le rodea) se mece a la deriva en ese piélago inabarcable de outlets sin fin, rebajas permanentes, pagos a plazos sin TAE, ciclos de vida de productos cada vez más cortos, obsolescencia programada... fundamentando su existencia como simple unidad de consumo mediante un único anhelo: calmar durante unos breves momentos el insaciable apetito con el que ha sido programado culturalmente para poder- hasta que su impulso emocional condicionado vuelva a ser manipulado y activado sutilmente por las técnicas publicitarias persuasivas pertinentes- sentir durante un momento que la actividad de no consumir y comprar también puede ser un placer.
Porque ya decía Voltaire que "sólo es inmensamente rico aquel que sabe limitar sus deseos".


Saludos de baratillo de Jim.


martes, 8 de febrero de 2011

OUKA LEELE O CÓMO EXPRIMIR GOTAS DE LUZ DE LIMÓN SOBRE UN CABELLO DE TORTUGAS


Ouka lele fue en principio una constelación imaginada por El Hortelano para ser pintada en uno de sus cuadros hasta que una noche una tal Bárbara Allende Gil de Biedma tomó prestadas unas gotas de esa luz amarilla para hacerse artista. Fotógrafa( o sea, poeta y pintora) de los colores, para más señas.
Habrá que decir- como datos meramente anecdóticos en un artista; o sea, biográficos- que Ouka Leele es prima de política de primera fila en Madrid y sobrina de ese noveno novísimo cónsul de Sodoma que escribió un día aquello de: " nada hay tan dulce como una habitación para dos, cuando ya no nos queremos demasiado...".
Ouka Leele estuvo en los 80, en la Edad de Oro del plexiglás y el pop-decó, con movidas o sin ellas, planeando sobre las rugosas depresiones, llanuras y ensoñaciones del arte más popular y dicharachero con toda la tribu de Mariscales, Garcías-Alix y Almodóvares varios de fondo.
Un día le ganó la batalla a un cáncer, otro ganó algún que otro premio y hace poco hasta le rodaron una película.
Pero lo esencial aquí es que en Ouka Leele habita la luz excesiva y madrugadora de los primeros hilos de una mañana psicodélica de junio. El filtro Warhol, el cromatismo saturado y en technicolor sobre el que una tal Dorothy daba saltitos para recorrer el camino de baldosas amarillosas, que no amarillas.
Y es que en el universo Ouka Leele las tortugas también son azafranadas, limonadas y doradas; los cuerpos desnudos sobre texturas malvas se confunden con las miríadas calidoscópicas de pétalos verde lima, de descargas albaricoque o semillas azul de Prusia.
Será la sobreexposición a esa luz y sus propiedades curativas del alma mediante técnicas de armonía cromática, sinestesia aditiva del color o cromatología iconolingüística lo que produce la implosión de luminosas chiribitas en el nervio óptico.
O será algo mucho más simple e intuitivo- y a la vez resumido para nosotros, los profanos- que todo eso: sencilla y pura alegría, el disfrute de esa luz y colores que hacen que atravieses los pasillos de la simple percepción y que en las manos, los ojos, se te vuelvan flores y olores las texturas, los colores.
Alegría, luz y vida. Toda esta deriva por los suntuosos canales pigmentados de Ouka Leele conduce a ellas.
Ouka Leele y sus limones y tortugas doradas como conjuro contra la opresiva melancolía y desencanto con que las nubes gris ceniza del presente nos amenazan.


































Saludos de Jim y arriba la fotografía pictórica.

jueves, 3 de febrero de 2011

LOS ACUCHILLADORES DE PARQUÉ

El padre de mi padre se llamaba André y es el de la derecha, el que parece que ladea un poco la cabeza para ojear el trabajo de su compañero.
A finales del siglo XIX no había máquinas lijadoras y, como podéis suponer, la única técnica artesanal conocida para lijar el parqué y no dejar el suelo ondulado consistía en ir haciendo pasadas paralelas a mano en el sentido de la veta a una velocidad adecuada y uniforme. El suelo se lijaba tres veces consecutivas con tres tipos de lijas: gruesa, media y muy fina para orillar los rincones y esquinas.
Un trabajo muy fatigoso y penoso, según le contaba André a mi padre algunas noches cuando llegaba agotado a casa tras estar arrodillado once horas al día puliendo suelos por un jornal ridículo.
Una vez le contó que tenía un compañero al que le apodaban "Tortue"(Tortuga), pues con sólo 32 años el pobre ya andaba totalmente doblado por causa de una torsión aguda del tronco producida por tantas horas y tantos años trabajando encogido sobre el parqué. Una precoz degeneración de los discos entre las vértebras, había sentenciado el médico.

Los domingos, el único día que André tenía libre de toda la semana, mi padre contaba que su padre metía a toda la familia- su mujer y los tres niños- en un viejo tranvía que atravesaba Saint Paul, La Rue Rivoli y el Barrio de Chatelet y los dejaba en un parque de las afueras, donde pasaban el día bajo el sol: comiendo sobre la hierba, subidos en las pequeñas lanchas blancas a pedales del embarcadero, jugando a la pelota... André entonces compraba a sus hijos, cada domingo( un gran esfuerzo con su exiguo jornal), unos barquillos de chocolate con helado y canela... mi padre decía que nunca los había vuelto a probar igual de sabrosos como aquéllos en toda su vida, bajo el sol de primavera de la campiña parisina.
También, una vez al mes, con lo poco que conseguía ahorrar de su trabajo como acuchillador de parqué, André llevaba a su mujer al teatro, y esa era la única noche en la que él se enfundaba su único traje de vestir, el beige, y ella se ponía su único vestido decente, uno de muselina de "color rosa de doncella sonrosada", tono de moda en la época.
Mi padre decía que sus padres aquella noche del mes parecían otras personas muy distintas. André pasaba por alguien adinerado que podría contratar a gente para que le lijaran el parqué y su mujer, a su lado, se parecía a un ángel muy rosa caído de alguna grieta en el cielo.

Pero una tarde mataron a un archiduque, Francia entró en guerra y al padre de mi padre, aunque ya no era un jovenzuelo y tenía esposa y tres hijos, lo enviaron a las trincheras cerca de Verdún, junto con sus dos hijos mayores.
Cuando acabó la guerra, el acuchillador de parqué regresó de Verdún con una pierna y dos hijos menos, que habían perecido en una de las batallas más sangrientas justo al lado del río Marne.
A André lo destinaron a tareas administrativas en un banco, gracias a los derechos adquiridos como veterano de guerra y salvador de la patria que era. Ahora agacharse le suponía un esfuerzo colosal. Le pusieron una prótesis de madera de castaño en el lugar en el que había estado la pierna y en el que ya solamente tenía aire. El padre de mi padre se volvió taciturno y comenzó a beber. No le volvió a comprar a su ahora único hijo barquillos de chocolate con helado y canela los domingos ni volvió a llevar a su mujer al teatro.
Mi padre me contaba que la mayor parte de las noches lo único que André hacía era sentarse en silencio enfrente de la ventana con mirada perdida y, con una lija muy fina, con muchísimo cuidado, ir repasando las vetas y faltas de su nueva pierna de castaño mediante un extraño e incesante rasgueo seco y sordo, como intentando modular un mantra que lo protegiese contra la oscuridad que se iba acumulando allí afuera.
André murió de cirrosis hepática siete años después de volver del frente.

Esta historia del padre de mi padre la cuento por si alguien alguna vez ha sentido la curiosidad de preguntarse qué fue del joven acuchillador de parqué que parece que ladea el rostro para mirar el trabajo del compañero y que aparece en el famoso lienzo de Gustave Caillebotte.

Saludos de Jim a los impresionistas e impresionables.