Era verano del 82 o 83. Una de esas tardes de canícula de junio en las que a las agujas del reloj de pared de la cocina parece que les cuesta moverse el doble , sesteando sobre ese bochorno que hasta sofoca a las primeras moscas del verano, que acaban siempre repostando fatigadas sobre el hule, entre las migas de pan y los diminutos restos de azúcar.
Yo estaría viendo El Superhéroe Americano o Falcon Crest repanchingado en mi sofá estampado favorito cuando suena el timbre.
- Mari, Mari, sal a la ventana- era Pacucha, la vecina del tercero- ¡¡mira quiénes están abajo!!
Y salimos todos a la ventana y allí estaba, en medio de una numerosa comitiva de recibimiento formada de manera espontánea por los vecinos. Allí estaba El Hombre de Colón de los anuncios de la tv.
Y no sólo uno, sino dos Hombres Blancos de Colón que se habían bajado de una furgoneta blanca en la que se podía ver el logo del detergente.
Me ha quedado registrada en el celuloide de la memoria (siempre tan caprichosa y arbitraria) esa secuencia con una frescura tan nítida como si la hubiese presenciado ayer mismo.
Allí estaban Los Hombres Blancos de Colón- en mi calle, la Julia Minguillón, la "cuesta", donde nunca pasaba nada demasiado importante-; allí estaban los tíos del famoso y revolucionario anuncio de la tele que se metían en las casas ajenas y retaban a las amas de casa para ver quién lavaba más blanco, si ellas con su viejo detergente o ellos con el todopoderoso polvo mágico que contenía cada tambor de Colón. Cosas de la alquimia moderna.
Allí estaban, en mi calle y ante mis ojos, aquellos paladines de lo impoluto, los campeones contra la suciedad. Nunca había estado tan cerca de algo tan célebre y popular, así que bajé apresuradamente las escaleras en dirección a la calle.
La gente en las ventanas. Aquéllo parecía más importante que la llegada del hombre a la luna, más trascendental que una visita al barrio de aquel señor que cada noche cerraba la programación mientras ondeaba una bandera detrás de él y su familia. Me uní al cortejo que iba detrás de los pulcros visitantes. Ellos se pararon y sacaron un sobre de un bolsillo. Todos nos detuvimos y aguantamos la respiración. Abrieron el sobre, le echaron un vistazo al papel de su interior y buscaron con la vista el número afortunado.
Hay que recordar que la campaña de El Hombre Blanco de Colón repartía Dos mil pesetas por cada tambor de Colón que se encontrase en la casa elegida al azar. Dos Mil pesetas en el 82 daban para mucho, no como ahora, que te tomas un descafeinado y un donuts y si te he visto no me acuerdo.
Los Hombres Blancos llamaron a un timbre y se metieron en el portal número 3, justo enfrente del mío, entre Karpi y la tienda de Pepe. Tardaron una media hora en salir, coger su furgoneta alba y partir infatigablemente hacia otros horizontes que higienizar, al calor de otras gentes de la España mágica a las que contagiar la pasión y emoción del frotar, limpiar y blanquear como es debido.
La gente cerró las ventanas y se metió de nuevo en sus casas, la comitiva rompió filas. Nunca volví a saber nada de aquellos Hombres Blancos de Colón. Se acabó la campaña, se hicieron nuevos anuncios y algunos crecimos y nos volvimos más zopencos de lo que ya éramos.
Pero hay un amigo de aquellos tiempos con el que me encuentro de vez en cuando que alguna vez me tiene dicho:
- Luis, coño, ¿ te acuerdas del día en que vinieron a la calle los del anuncio de Colón y salimos todos detrás y...?
Y entonces respiro aliviado, al pensar que no soy el único cretino que todavía recuerda con insólito cariño aquel día especial en el que vi por primera y última vez al Hombre Blanco de Colón de la TV paseándose por nuestra pequeña y empinada calle.
Saludos de Jim. El frotar se va a acabar.
Yo estaría viendo El Superhéroe Americano o Falcon Crest repanchingado en mi sofá estampado favorito cuando suena el timbre.
- Mari, Mari, sal a la ventana- era Pacucha, la vecina del tercero- ¡¡mira quiénes están abajo!!
Y salimos todos a la ventana y allí estaba, en medio de una numerosa comitiva de recibimiento formada de manera espontánea por los vecinos. Allí estaba El Hombre de Colón de los anuncios de la tv.
Y no sólo uno, sino dos Hombres Blancos de Colón que se habían bajado de una furgoneta blanca en la que se podía ver el logo del detergente.
Me ha quedado registrada en el celuloide de la memoria (siempre tan caprichosa y arbitraria) esa secuencia con una frescura tan nítida como si la hubiese presenciado ayer mismo.
Allí estaban Los Hombres Blancos de Colón- en mi calle, la Julia Minguillón, la "cuesta", donde nunca pasaba nada demasiado importante-; allí estaban los tíos del famoso y revolucionario anuncio de la tele que se metían en las casas ajenas y retaban a las amas de casa para ver quién lavaba más blanco, si ellas con su viejo detergente o ellos con el todopoderoso polvo mágico que contenía cada tambor de Colón. Cosas de la alquimia moderna.
Allí estaban, en mi calle y ante mis ojos, aquellos paladines de lo impoluto, los campeones contra la suciedad. Nunca había estado tan cerca de algo tan célebre y popular, así que bajé apresuradamente las escaleras en dirección a la calle.
La gente en las ventanas. Aquéllo parecía más importante que la llegada del hombre a la luna, más trascendental que una visita al barrio de aquel señor que cada noche cerraba la programación mientras ondeaba una bandera detrás de él y su familia. Me uní al cortejo que iba detrás de los pulcros visitantes. Ellos se pararon y sacaron un sobre de un bolsillo. Todos nos detuvimos y aguantamos la respiración. Abrieron el sobre, le echaron un vistazo al papel de su interior y buscaron con la vista el número afortunado.
Hay que recordar que la campaña de El Hombre Blanco de Colón repartía Dos mil pesetas por cada tambor de Colón que se encontrase en la casa elegida al azar. Dos Mil pesetas en el 82 daban para mucho, no como ahora, que te tomas un descafeinado y un donuts y si te he visto no me acuerdo.
Los Hombres Blancos llamaron a un timbre y se metieron en el portal número 3, justo enfrente del mío, entre Karpi y la tienda de Pepe. Tardaron una media hora en salir, coger su furgoneta alba y partir infatigablemente hacia otros horizontes que higienizar, al calor de otras gentes de la España mágica a las que contagiar la pasión y emoción del frotar, limpiar y blanquear como es debido.
La gente cerró las ventanas y se metió de nuevo en sus casas, la comitiva rompió filas. Nunca volví a saber nada de aquellos Hombres Blancos de Colón. Se acabó la campaña, se hicieron nuevos anuncios y algunos crecimos y nos volvimos más zopencos de lo que ya éramos.
Pero hay un amigo de aquellos tiempos con el que me encuentro de vez en cuando que alguna vez me tiene dicho:
- Luis, coño, ¿ te acuerdas del día en que vinieron a la calle los del anuncio de Colón y salimos todos detrás y...?
Y entonces respiro aliviado, al pensar que no soy el único cretino que todavía recuerda con insólito cariño aquel día especial en el que vi por primera y última vez al Hombre Blanco de Colón de la TV paseándose por nuestra pequeña y empinada calle.
Saludos de Jim. El frotar se va a acabar.
4 comentarios:
Anda, qué suerte, menudo acontecimiento y lo digo con toda la sinceridad del mundo. Porque una cosa así, en un sitio tranquilo donde nunca pasa nada, que vengan los de la tele es para recordar con simpatía y añoranza. Me sigo quedando con aquellas campañas publicitarias tan originales, un poco ñoñas pero que calaban en la mente de la gente, porque el " busque y compare" es como el padrenuestro, no se olvida ni a tiros, o los anuncios del Almendro, o las muñecas de Famosa, en fin, son de esas cosas que te "tele transportan" a la niñez sin quererlo, te sale una sonrisa ladeada y respiras hondo, como mirando hacia atrás con cierto anhelo y simpatía. Porque aquí, aunque le pese a Jorge Manrique, en muchas cosas, cualquier tiempo pasado ( publicitariamente hablando) fue, sin duda, mejor.
Jajajajaj yo tambien lo recuerdo...., eso de...busque, compare y si encuentra algo mejor.......que tierna infancia la nuestra¡¡¡¡¡llena de recuerdos fantasticos, como el que tu mencionas.......
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Jajaja, por mi pueblo también paso. Fue en Benahadux un pueblo de Almería, en donde ese acontecimiento fue un notición, nos preguntó que si usábamos Colon, y cómo solo le dijimos que sí y no le enseñamos el tambor, nos dio unos vales de descuento pero no el dinero, vaya pardillos, se nos quedó cara de tontos. Pero ahora recuerdo con mucho cariño que vimos al hombre blanco de Colón, y que perdimos 2.000 ptas. JAJAJAJA
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