Ahora que ya estamos en la última etapa de las Rebajas(los cien metros lisos del consumo)recuerdo que hace algunos años escribí un relato corto de género distópico en el que cada ciudadano estaba obligado- por una especie de reglamentación tipificada por un Estado omnipresente y virtual- a consumir una determinada cantidad de bienes y servicios a la semana, bajo pena de sanción administrativa y su correspondiente multa en el caso de no cumplir el cupo mínimo exigido para el mantenimiento y engrase del sistema.
Cada Templo de Consumo Masivo disponía, a su vez, de enormes contenedores de destrucción instántanea para esos productos innecesarios, así que el consumidor al que se le había impuesto la tarea de comprar, gastar y consumir sin necesidad real, podría destruir inmediatamente esos productos nada más haber sido adquiridos y así no tener que cargar por encima con la obligación de encontrarles una utilidad que no tenían.
Los españoles estrenamos un móvil cada año y medio, hemos comprado ocho millones de televisores nuevos en los últimos dos años, necesitamos cada vez más armarios para encapsular los 14 pantalones de invierno y los treinta pares de calzado que tenemos casi nuevos.
Las cohortes más jóvenes son ultraconsumistas, han integrado sin rechistar y a la perfección la dialéctica simbólica de consumo moderno después de haber sido expuestos diariamente a la avalancha compulsiva de decenas de miles de anuncios publicitarios y demás estímulos del marketing psicoananalítico desde antes de que tuvieran uso de razón.
Se llevan los outlets esta temporada, se ha instalado la inmediatez, la obsolescencia programada ahora directamente por el consumidor, la cultura de lo efímero y de lo reemplazable(cada vez con menos espacio de tiempo) se ha impuesto, para así poder figurar dentro de la categoría de lo IN y no perder el tren fascinante y efervescente de la actualidad, consumiendo de forma compulsiva(cada vez compramos más sin pensar) las últimas novedades en tecnología, moda, tendencias... a riesgo de quedarnos obsoletos.
Unos improductivos parias asociales.
¿Qué ha pasado para llegar a este estado de cosas?
Pues ha pasado que quizás mi relato no sea en el fondo tan disparatado, aunque las formas de coacción e imposición sean más sutiles, como explicaré brevemente a continuación.
Una de las características fundamentales del ser humano es su condición de Homo Faber, de hombre que hace cosas. Hay que tener en cuenta esto en nuestro descargo.
Pero la estructura económica-cultural-social actual gira en torno a la sobreproducción de productos trivializados que deben de ser consumidos rápidamente para poder seguir con la maquinaria engrasada, enfilada la proa hacia ningún sitio.
Como diría Galbraith, el homo faber ya no crea y produce para la satisfacción de las necesidades absolutas, básicas, sino que ahora fabrica para estimular las necesidades relativas: aquéllas necesidades psicológicas que nunca pueden ser satisfechas, pues dependen de los niveles de consumo de nuestros vecinos y adláteres. Funcionan en los niveles psicológicos básicos de la comparación y emulación, y nos hacen equipararnos o sentirnos superiores a los demás dependiendo del poder potencial y simbólico de nuestras capacidades de hacer tangible, visible, esa adquisición indiscriminada de bienes, productos y servicios.
En nuestra sociedad libre y occidental la producción está orientada al deseo, a sabiendas de que ese deseo es insaciable.
Y un ser humano insaciable tiende generalmente a la insatisfacción, pues su voracidad nunca estará plenamente saciada y se mantendrá en estado constante de ansiosa e incómoda avidez.
Y para abismar todavía más esa brecha entre deseo y satisfacción el sistema cuenta con tres palancas fundamentales:
1) EL CRÉDITO: El crédito, la compra a plazos, la tarjeta de pago diferida, consiste en la posibilidad de obtener con facilidad el soporte tangible-económico necesario para llevar a cabo esa tarea de corresponsabilidad entre deseo y adquisición de producto.
El crédito es el espejismo necesario y prorrogado que debe ser provisto por el sistema para incentivar la demanda de felicidad a través del acto de la compra.
2) LA PUBLICIDAD: El sistema productivo fabrica el bien o producto y el aparato publicitario se encarga de crear la necesidad, de generar la atención, capturar el interés, espolear el deseo del futuro consumidor de forma conveniente.
Las técnicas de marketing y publicidad son psicológicamente persuasivas, juegan con las dimensiones simbólicas ocultas, manipulan a su antojo las estructuras cognitivas, emotivas y emocionales del ser humano con la única finalidad, utilitarista, de presentarnos un bien lo más atractivo posible para capturar nuestra atención y activar ese deseo de adquisición.
La gente es feliz bebiendo un refresco o todas la mujeres quieren estar con el chico de la colonia.
3) LA OBSOLESCENCIA: La obsolescencia tiene que ver con el ciclo de vida del producto, con su calidad de bien efímero y reemplazable.
Lo que comenzó siendo una imposición industrial de los oferentes para la reactivación del consumo ha acabado- en un extraño y complejo juego de reflexividad inducido por las estrategias publicitarias- siendo asumido por el consumidor como un derecho propio: la exigencia a cambiar de producto mucho antes de que se haya consumido su vida útil.
La ostentación, el síndrome de actualización constante para no quedarse atrás, el deseo de posesión de lo último... ha sido una de las grandes victorias de la técnica publicitaria en la sociedad opulenta occidental, que ha asumido que gracias a la demanda agregada del consumidor insaciable toda esa sobreproducción- ecológicamente insostenible y delpifarradora de recursos, no por nada el término latino cosumere significa gastar o destruir- se puede absorber sin ningún problema.
Así, en nuestras sociedades opulentas donde el deseo ha sido independizado forzosa y artificialmente de las necesidades, el homo insatisfactus ( medio hundido y desenfocado ahora entre el alud inagotable de la cultura material que le rodea) se mece a la deriva en ese piélago inabarcable de outlets sin fin, rebajas permanentes, pagos a plazos sin TAE, ciclos de vida de productos cada vez más cortos, obsolescencia programada... fundamentando su existencia como simple unidad de consumo mediante un único anhelo: calmar durante unos breves momentos el insaciable apetito con el que ha sido programado culturalmente para poder- hasta que su impulso emocional condicionado vuelva a ser manipulado y activado sutilmente por las técnicas publicitarias persuasivas pertinentes- sentir durante un momento que la actividad de no consumir y comprar también puede ser un placer.
Porque ya decía Voltaire que "sólo es inmensamente rico aquel que sabe limitar sus deseos".
Saludos de baratillo de Jim.
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