El 25 de agosto de 2005 mi hermano me envió un mensaje (todavía lo conservo) diciendo que los Multicines Chaplin( Ronda de Outeiro, A Coruña) proyectaban su última función.
Para mí fue un golpe en la espinilla del alma en toda regla. Algo por dentro me hizo catacrack. Durante unos días me sumí en una especie de melancolía acuosa, en una letanía líquida y profunda que me supuraba, de una forma nueva y extraña, por dentro. No podía parar de pensar en el cierre de mi, nuestro, cine de barrio. Me dolía.
El fin de una época.
¿ Cómo decir adiós, de repente, a aquella parte trascendente de mi educación sentimental y vital? ¿ Cómo se despide uno para siempre de los lugares donde ha sido feliz... tan inmensamente feliz?
¿ Cómo...?
El fin de una época.
¿ Cómo decir adiós, de repente, a aquella parte trascendente de mi educación sentimental y vital? ¿ Cómo se despide uno para siempre de los lugares donde ha sido feliz... tan inmensamente feliz?
¿ Cómo...?
Decir adiós a tantas vidas y sueños allí vividos, a tantas horas de atenta retina, a las colas de los miércoles( el "día del buitre" o del espectador), al cambio de cartelera los viernes, a las palomitas frías y al Uhhhh!!! cuando se les trababa la cinta y se paraba la película...
En los Chaplin vi por primera vez a los autos locos de Mad Max levantar el polvo por los desiertos australianos.
Y de allí salíamos dando patadas giratorias tras ver a Bruce y Chuck batiéndose el cobre en la arena del Coliseo Romano en El Furor del Dragón.
Y en esos sábados de invierno después de jugar al fútbol en el Calasanz y tomar la zorza en la bodega nos íbamos a ver por 150 pesetas En Busca del Fuego o El Corazón del Ángel, que nadie entendía muy bien pero que a todos nos había gustado.
Los sábados perfectos de la adolescencia, para mí mucho mejores que los que vendrían después. Los viejos buenos tiempos.
En esas salas me chapé alguna de Russ Meyer con Bilbao, lo que entonces era la hostia, por lo explícito y desmesurado de algunas secuencias y perfiles.
Domingo y yo nos bajamos una pizza a medias viendo a Seagal repartiendo turronazos en Buscando Justicia.
Los miércoles no faltábamos mi hermano, Juan, Bilbao y yo mismo a la sesión de las once. Desde La Reina Margot, Agárralo como puedas... a Ed Wood o Corazón Salvaje. Lo veíamos casi todo.
En Dirty Dancing una señora bastante rellenita quedó atrapada en su sillón y la ayudé a desencajarse.
En la sala 2 vi Léolo por primera vez. Y Blade Runner. Blade Runner, que se dice pronto.
Repetí en la misma semana varias veces con Cartero y Pablo Neruda.
Con Paula vi La Pianista y Código 46, entre muchas otras.
En alguna película solamente estábamos 2 o 3 personas en la sala. Como en un cine privado de un jeque árabe.
Cuando hacía cola para ver La Última Tentación de Cristo, unos frikis del cristianismo nos querían impedir el acceso con pancartas y gritos.
Tenía una sala x con la entrada por detrás, por el Raquel Camacho, a la que nunca fui. Me imaginaba el suelo pegajoso y a la gente con guardapolvos y gafas con nariz de carnaval viendo la película y me daba cosa. Además, ya era la época del beta y el vhs.
Algun@s tuvimos la suerte de visionar en aquellas viejas salas el Apocalypse Now Redux en pantalla grande.
Y las de Woody, Jeunet y Caro, Haneke, Lynch, etcétera.
Y se clausuró la única y pobre fábrica de sueños del barrio (1985-2005), de nuestro barrio de pobres y trabajadores, olvidado durante 30 años por las instituciones, y algunos nos quedamos un poco huérfanos de algo, como deshabitados de repente por un tiempo, imágenes y personas que fuimos un día.
Ahora hay un supermercado.
El final de una época, el doloroso corte con el pasado, la súbita desintegración de los referentes sentimentales, y físicos, de nuestra vida... como en La Última Película, de Peter Bogdanovich, como si nada de esto hubiese existido nunca.
La butaca de cine como evasión, aprendizaje, camino, periscopio hacia las profundidades, las estrellas y hacia los demás... que, al final y a fin de cuentas, siempre somos nosotros mismos.
Pocas cosas se ven tan diáfanas como estando inmersos en la oscuridad de una sala de cine. Soy de los que consideran que el cine es uno de los mejores blindajes que poseemos contra el inevitable envite de la realidad y esos malos momentos que la vida nos asignará tarde o temprano.
Si algún día me cae una buena herencia de una tía multimillonaria que vive en Venezuela, ya sé lo que voy a hacer con parte de ese dinero.
Yo, al contrario de lo que dice la canción, sí volvería una y mil veces a ese lugar en el que fui tan feliz: los Multicines Chaplin.
Nuestros Multicines Chaplin.
THE END
En los Chaplin vi por primera vez a los autos locos de Mad Max levantar el polvo por los desiertos australianos.
Y de allí salíamos dando patadas giratorias tras ver a Bruce y Chuck batiéndose el cobre en la arena del Coliseo Romano en El Furor del Dragón.
Y en esos sábados de invierno después de jugar al fútbol en el Calasanz y tomar la zorza en la bodega nos íbamos a ver por 150 pesetas En Busca del Fuego o El Corazón del Ángel, que nadie entendía muy bien pero que a todos nos había gustado.
Los sábados perfectos de la adolescencia, para mí mucho mejores que los que vendrían después. Los viejos buenos tiempos.
En esas salas me chapé alguna de Russ Meyer con Bilbao, lo que entonces era la hostia, por lo explícito y desmesurado de algunas secuencias y perfiles.
Domingo y yo nos bajamos una pizza a medias viendo a Seagal repartiendo turronazos en Buscando Justicia.
Los miércoles no faltábamos mi hermano, Juan, Bilbao y yo mismo a la sesión de las once. Desde La Reina Margot, Agárralo como puedas... a Ed Wood o Corazón Salvaje. Lo veíamos casi todo.
En Dirty Dancing una señora bastante rellenita quedó atrapada en su sillón y la ayudé a desencajarse.
En la sala 2 vi Léolo por primera vez. Y Blade Runner. Blade Runner, que se dice pronto.
Repetí en la misma semana varias veces con Cartero y Pablo Neruda.
Con Paula vi La Pianista y Código 46, entre muchas otras.
En alguna película solamente estábamos 2 o 3 personas en la sala. Como en un cine privado de un jeque árabe.
Cuando hacía cola para ver La Última Tentación de Cristo, unos frikis del cristianismo nos querían impedir el acceso con pancartas y gritos.
Tenía una sala x con la entrada por detrás, por el Raquel Camacho, a la que nunca fui. Me imaginaba el suelo pegajoso y a la gente con guardapolvos y gafas con nariz de carnaval viendo la película y me daba cosa. Además, ya era la época del beta y el vhs.
Algun@s tuvimos la suerte de visionar en aquellas viejas salas el Apocalypse Now Redux en pantalla grande.
Y las de Woody, Jeunet y Caro, Haneke, Lynch, etcétera.
Y se clausuró la única y pobre fábrica de sueños del barrio (1985-2005), de nuestro barrio de pobres y trabajadores, olvidado durante 30 años por las instituciones, y algunos nos quedamos un poco huérfanos de algo, como deshabitados de repente por un tiempo, imágenes y personas que fuimos un día.
Ahora hay un supermercado.
El final de una época, el doloroso corte con el pasado, la súbita desintegración de los referentes sentimentales, y físicos, de nuestra vida... como en La Última Película, de Peter Bogdanovich, como si nada de esto hubiese existido nunca.
La butaca de cine como evasión, aprendizaje, camino, periscopio hacia las profundidades, las estrellas y hacia los demás... que, al final y a fin de cuentas, siempre somos nosotros mismos.
Pocas cosas se ven tan diáfanas como estando inmersos en la oscuridad de una sala de cine. Soy de los que consideran que el cine es uno de los mejores blindajes que poseemos contra el inevitable envite de la realidad y esos malos momentos que la vida nos asignará tarde o temprano.
Si algún día me cae una buena herencia de una tía multimillonaria que vive en Venezuela, ya sé lo que voy a hacer con parte de ese dinero.
Yo, al contrario de lo que dice la canción, sí volvería una y mil veces a ese lugar en el que fui tan feliz: los Multicines Chaplin.
Nuestros Multicines Chaplin.
THE END
4 comentarios:
seguro que nunca fuieste a la sala x.
salud y republica
Te lo juro.
Me quedaba igual de cerca el videoclub Siglo XXI.
Saludos, Xan.
Yo también iba a los Chaplin, a las salas decentes por supuesto.
Los cines modernos tampoco vamos a decir que estén mal, pero no es lo mismo. Con los precios del cine, me compensa bajar las películas de Internet y mientras las veo tomarme un número de cervezas que no puedo determinar porque se me hace la boca agüa, o más bien cerveza. Joder, parezco Homer.
El Chaplin estaba muy a mano para los que viviamos en el Agra.
Era barato y cercano, y pasaban películas bastantes decentes, de las que no solían figurar en los circuitos comerciales de las grandes salas de Cine de la ciudad.
Saludos de Jim.
Publicar un comentario