El padre de mi padre se llamaba André y es el de la derecha, el que parece que ladea un poco la cabeza para ojear el trabajo de su compañero.
A finales del siglo XIX no había máquinas lijadoras y, como podéis suponer, la única técnica artesanal conocida para lijar el parqué y no dejar el suelo ondulado consistía en ir haciendo pasadas paralelas a mano en el sentido de la veta a una velocidad adecuada y uniforme. El suelo se lijaba tres veces consecutivas con tres tipos de lijas: gruesa, media y muy fina para orillar los rincones y esquinas.
Un trabajo muy fatigoso y penoso, según le contaba André a mi padre algunas noches cuando llegaba agotado a casa tras estar arrodillado once horas al día puliendo suelos por un jornal ridículo.
Una vez le contó que tenía un compañero al que le apodaban "Tortue"(Tortuga), pues con sólo 32 años el pobre ya andaba totalmente doblado por causa de una torsión aguda del tronco producida por tantas horas y tantos años trabajando encogido sobre el parqué. Una precoz degeneración de los discos entre las vértebras, había sentenciado el médico.
Los domingos, el único día que André tenía libre de toda la semana, mi padre contaba que su padre metía a toda la familia- su mujer y los tres niños- en un viejo tranvía que atravesaba Saint Paul, La Rue Rivoli y el Barrio de Chatelet y los dejaba en un parque de las afueras, donde pasaban el día bajo el sol: comiendo sobre la hierba, subidos en las pequeñas lanchas blancas a pedales del embarcadero, jugando a la pelota... André entonces compraba a sus hijos, cada domingo( un gran esfuerzo con su exiguo jornal), unos barquillos de chocolate con helado y canela... mi padre decía que nunca los había vuelto a probar igual de sabrosos como aquéllos en toda su vida, bajo el sol de primavera de la campiña parisina.
También, una vez al mes, con lo poco que conseguía ahorrar de su trabajo como acuchillador de parqué, André llevaba a su mujer al teatro, y esa era la única noche en la que él se enfundaba su único traje de vestir, el beige, y ella se ponía su único vestido decente, uno de muselina de "color rosa de doncella sonrosada", tono de moda en la época.
Mi padre decía que sus padres aquella noche del mes parecían otras personas muy distintas. André pasaba por alguien adinerado que podría contratar a gente para que le lijaran el parqué y su mujer, a su lado, se parecía a un ángel muy rosa caído de alguna grieta en el cielo.
Pero una tarde mataron a un archiduque, Francia entró en guerra y al padre de mi padre, aunque ya no era un jovenzuelo y tenía esposa y tres hijos, lo enviaron a las trincheras cerca de Verdún, junto con sus dos hijos mayores.
Cuando acabó la guerra, el acuchillador de parqué regresó de Verdún con una pierna y dos hijos menos, que habían perecido en una de las batallas más sangrientas justo al lado del río Marne.
A André lo destinaron a tareas administrativas en un banco, gracias a los derechos adquiridos como veterano de guerra y salvador de la patria que era. Ahora agacharse le suponía un esfuerzo colosal. Le pusieron una prótesis de madera de castaño en el lugar en el que había estado la pierna y en el que ya solamente tenía aire. El padre de mi padre se volvió taciturno y comenzó a beber. No le volvió a comprar a su ahora único hijo barquillos de chocolate con helado y canela los domingos ni volvió a llevar a su mujer al teatro.
Mi padre me contaba que la mayor parte de las noches lo único que André hacía era sentarse en silencio enfrente de la ventana con mirada perdida y, con una lija muy fina, con muchísimo cuidado, ir repasando las vetas y faltas de su nueva pierna de castaño mediante un extraño e incesante rasgueo seco y sordo, como intentando modular un mantra que lo protegiese contra la oscuridad que se iba acumulando allí afuera.
André murió de cirrosis hepática siete años después de volver del frente.
Esta historia del padre de mi padre la cuento por si alguien alguna vez ha sentido la curiosidad de preguntarse qué fue del joven acuchillador de parqué que parece que ladea el rostro para mirar el trabajo del compañero y que aparece en el famoso lienzo de Gustave Caillebotte.
Saludos de Jim a los impresionistas e impresionables.
3 comentarios:
El de la izquierda, el que estaba jodiéndolo todo acuchillando en diagonal era mi abuelo, que ese día había abusado un poco del Cointreau y además andaba dejando de fumar.
Que historia tan trágica, a la par que bonita por lo bien contada. Eres muy sensible, y escribes genial ;)
Corbelle, ahora ya entiendo lo tuyo con el Cointreau y demás espirituosos...
Gracias, anónimo.
Saludos de Jim.
Publicar un comentario